El descubrimiento de la cueva de Cosquer
Empecemos por el principio. En 1985, Henri Cosquer, submarinista experimentado y apasionado del mundo subacuático, fue a bucear a las Calanques, su inmenso patio de recreo. Aquel día, buceó en dirección al Cap de Morgiou, una zona que estaba acostumbrado a explorar. A 36 metros de profundidad, una cavidad excavada en la roca le llamó la atención y decidió explorarla. Era el comienzo de una gran aventura para este hombre, que estaba a punto de hacer un gran descubrimiento que daría un vuelco a su vida. Al final de esta estrecha galería sumergida de unos 175 metros de largo, descubrió un auténtico tesoro de 30.000 años de antigüedad: más de 480 obras pintadas o grabadas en la roca, pingüinos, ciervos, íbices y bisontes, así como huellas de manos y marcas de fogones.
Sólo tras varios viajes de ida y vuelta a lo largo de 6 años pudo sacar a la luz su descubrimiento. La cueva fue visitada por nuestros antepasados durante un largo periodo, desde el 33.000 a.C. hasta el 19.000 a.C.. En aquella época, el mar estaba 120 metros por debajo del nivel actual, por lo que el agua se encontraba a varios kilómetros de distancia. El clima era frío y el paisaje no era el mismo que el actual.
En 1991, la cueva fue autentificada y revelada al público en general. Un año después, fue declarada monumento histórico. Desde entonces, ha sido estudiada por historiadores e investigadores. Desgraciadamente, con la subida de las aguas, la cueva está condenada a desaparecer, y algunas de las pinturas ya están parcialmente sumergidas. La necesidad de sacar a la superficie esta cueva única y compartirla con el mundo se convertirá en una prioridad. La cueva es actualmente inaccesible y su entrada ha sido sellada.